sábado, 21 de enero de 2012

El arte religioso de Salvador Dalí

Dalí no es sólo el pintor surrealista que se percibe en sus obras más conocidas. Como demuestra este texto de Juan Bassegoda, arquitecto emérito de la catedral de Barcelona, el genio de Figueres recoge, en muchas de sus pinturas, imágenes religiosas que adereza con su particular visión de la realidad

La obra artística de Salvador Dalí es ingente. Conviene ahora tratar separadamente la pintura religiosa de Dalí, en este año del centenario de su nacimiento, para destapar la visión sesgada que se ha comenzado a organizar entre los críticos y escritores llamados progresistas, que sólo saben destacar el Dalí erótico, surrealista y temporalmente comunista, e ignoran deliberadamente su arte religioso, su interés por el patriotismo español y por los grandes maestros del misticismo del siglo XVII.
A lo largo de su vida pasó por todos los movimientos artísticos. Tuvo inicios impresionistas, siguió con experiencias cubistas y se introdujo de lleno en el movimiento surrealista, al que aportó piezas de gran calidad. Después entró en una fase que podría tildarse de hiperrealista, de cariz clásico, en la que dejó su mejor pintura religiosa.
Paralelamente a su obra artística, corren una serie de cambios de pensamiento y de ideología. De estudiante en la Academia de San Fernando, fue anarquista en contacto con Luis Buñuel y Federico García Lorca; después, con André Breton, Max Ernst, Paul Eluard y demás miembros del grupo, se acercó al comunismo y pintó la famosa tela de las Seis apariciones de Lenin en un piano (1931), para discrepar bien pronto del grupo y ser juzgado y expulsado. Con sus visitas a los Estados Unidos, antes y después de la guerra civil, había adquirido una fama y un prestigio que le permitieron trabajar en lo que más le complacía.

Siempre en compañía de Gala, su musa inspiradora, Dalí se estableció en su personalidad definitiva y, desde 1948, manifestó en sus escritos gran interés por las técnicas pictóricas de los maestros italianos y españoles, y se dedicó a la elaboración de telas con motivos históricos y religiosos.
Recibido en audiencia por Su Santidad Pío XII, le mostró la primera versión de la Madonna de Port Lligat (1950), donde la figura central de la Virgen María, con el rostro de Gala, se complementa con elementos arquitectónicos y paisajísticos suspendidos en el aire, rodeados de una atmósfera diáfana y tranquila de tipo renacentista. Aquel revolucionario surrealista fue, desde entonces, el autor de grandes pinturas preciosistas de tipo religioso, por ejemplo, las representaciones de Cristo, donde no se puede ver el rostro del Señor, como sucede en el Cristo de san Juan de la Cruz, o Cristo de Port Lligat (1951), donde tampoco aparecen los clavos y demás símbolos de la crucifixión, y queda la figura separada ligeramente de la cruz, encima de un paisaje de rocas de Port Lligat y un fondo totalmente negro.

Ese mismo año 1951 comentó, en su Manifiesto místico, que, si bien Jesucristo tuvo forma humana, por el hecho de ser imperecedero, no se le debe representar como un ser humano torturado. En el caso del Corpus Hypercubus (1954), la cruz del sacrificio está formada por ocho cubos en disposición tridimensional, donde la figura de Cristo presenta la cabeza en escorzo, lo que impide la visión del rostro, mientras el cuerpo, sin apoyar en ningún momento en la cruz, permanece ingrávido en el espacio.
Otra combinación de geometría y pintura religiosa puede verse en La Santa Cena (1955), donde Cristo y los apóstoles permanecen dentro de un dodecaedro pentagonal, poliedro regular que, según los discípulos de Platón, representa la Quinta Esencia, pues dentro de este poliedro se pueden inscribir los demás poliedros regulares: el cubo, el tetraedro, el octaedro y el icosaedro, representación de los cuatro elementos del universo: la tierra, el fuego, el agua y el aire.
La geometría que se expresa igualmente en la arquitectura gótica, aparece en su Santiago de Compostela (1957), donde la figura rampante del caballo, visto desde abajo, presenta al Apóstol con una espada en forma de Cristo crucificado, con el fondo del intradós de una bóveda gótica que arranca de un pilar central a la espalda del santo, en un ambiente de cielo y mar de color azul cobalto, con las inevitables rocas del Port Lligat.
Con anterioridad, en 1946, había pintado Las tentaciones de san Antonio, con las formas surrealistas del caballo y los elefantes de patas delgadas y alargadas hasta el absurdo, que proponen un ambiente muy adecuado a las imaginaciones oníricas del santo tentado por el demonio. Mucho más realista, pintó la Assumpta corpuscularia lapislazulina (1952), donde la figura de la Virgen, con el rostro de Gala, contiene la de Cristo y también un altar con el Crucifijo y dos candelabros. Más tarde representó el Concilio Ecuménico (1960) y Explosión mística dentro de una catedral. San Pedro del Vaticano (1964).
Este pintor, que trató tan diversas tendencias, demostró una falta total de prejuicios, ausencia de fanatismo y capacidad de captar y plasmar en su obra de arte cuestiones puramente coyunturales y políticas, pero, al mismo tiempo, de tratar sabiamente sobre principios científicos y religiosos.



Sobre estas líneas, La Anunciación, según Salvador Dalí; debajo El Cristo de San Juan de la Cruz, obras de Salvador Dalí.


                                   
Juan Bassegoda Nonell

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Fuente: http://www.alfayomega.es/estatico/anteriores/alfayomega401/aqui_ahora/aa_reportaje1.html